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QUIENES SOMOS
EL MUNDO SIMBOLICO
El orden simbólico o el mundo simbólico es un sistema normativo y lingüístico que permite nombrar las cosas y hechos del mundo, ubicarlos en un lugar determinado, y otorgarles un sentido mediante mandatos y prohibiciones. El orden simbólico se construye mediante convenciones sociales históricas espontaneas, permitiendo la vida en sociedad y el desarrollo de individuos con un sentido de identidad y arraigo. “Nosotros somos de aquí, este es nuestro lugar”, son enunciaciones comunes resultantes de este orden. Por lo tanto, lo simbólico es el punto de referencia desde el cual pensamos y sentimos, es como nuestra casa, nuestro hogar y refugio. Los parámetros legales y morales, la tradición y costumbres, las instituciones, el lenguaje, ordenan el mundo para hacerlo inteligible, para dotarlo de sentido y consecutivamente dar sentido a nuestra existencia. Cada sociedad tiene su propio orden simbólico, SU PROPIO MUNDO, su propio sistema normativo y lingüístico, de este modo en un viaje en el tiempo y en el espacio encontramos ordenes disimiles, cada uno según su propio alfabeto, su propia moral o religiosidad, su propio modo de nombrar las cosas. El mundo griego y su orden democrático y mitológico, con un sentido de trascendencia en la virtud, la belleza y la sabiduría; el mundo tribal, con sus mitos, leyendas, chamanes, donde el cuerpo del poblador se engarza al cuerpo de la tierra o del animal; el mundo medieval y su orden jerárquico con base en la sangre, donde es el rey el que irradia el poder de dios a los hombres, quienes viven en gracia a su benevolencia; o el mundo capitalista, eminentemente racional y acumulativo, donde el poder se torna difuso pero más eficiente a partir de una multiplicidad de instituciones que lo transmiten y donde el sentido de trascendencia es ocupado por las mercancías o delegado a la religión. Estos y TODOS LOS MUNDOS que han existido con diferencia de tiempo y espacio son el orden simbólico, el suelo sobre el cual edificamos nuestras subjetividades, nuestros deseos, anhelos y objetivos. Es cierto que un aldeano medieval no soñara jamás con riquezas colosales y castillos pues no tiene la sangre de un aristócrata, así como un capitalista que fabrica joyas no temerá jamás a calamares gigantes en el mar o sirenas en los ríos, pues el pensamiento mágico le esta negado a estos. Por ello el orden simbólico en el que hemos nacido construye nuestro modo de pensar y de entender el mundo, incluso nuestros afectos estéticos están poderosamente condicionados por lo simbólico. De este modo es fundamental para el ejercicio de toda buena arquitectura entender el mundo, la casa, el hogar, el suelo sobre el cual proyectaremos un edificio. Construir un edificio en Pekín no será igual a construirlo en Cusco o en Barcelona, cada lugar tiene su propio orden y cada arquitectura debe estar en sintonía con él. La piedra almohadillada o el color azul que para el cusqueño rebozan de hondo contenido, no significarán lo mismo para un ciudadano japones. Entender lo simbólico nos permite tejer puentes con la realidad material de cada lugar, es dar contexto al edificio, es dotarlo de consistencia espacio temporal. Toda construcción comienza en un lugar, todo lugar posee un orden de las cosas, ese orden debe de ser interiorizado por el arquitecto y debe plasmarse de un modo u otro en el edificio.
EXOTOPIA
Exotopía es el lugar por fuera de todo lugar. No es un lugar idealizado e irrealizable, como la utopía de un paraíso trascendente; ni tampoco un lugar decadente que se avecina, como la distopia en las películas de Mad Max; mucho menos es un buen lugar posible de venir, como la eutopía de los falansterios; ni el lugar de lo heterotópico, que encierra al distinto (cárceles, manicomios), o se opone al orden establecido (un sindicato obrero, una discoteca gay). Exotopía es la condensación caótica de aquello que no puede ser ordenable, su lugar es el de la excepción y de lo discontinuo; no posee categoría, genero, ni especie; no es tipificable. Se parece más al sótano del “club de la pelea”, a un clan sadomasoquista en algún ático secreto, o a aquella habitación sin puertas ni ventanas en la que nadie puede entrar, como en algún cuento de Borges.
Exotopía es el lugar de lo extranjero, perteneciente a un mundo imaginario y de ficción; mundo fuera de cualquier mapa, cuyo atributo principal es el de ser bidimensional. Pensar en un lugar es pensar bidimensionalmente, la pregunta por el “dónde” Y nuestro “sentido de orientación” se encuentran en el plano, solo que la exotopía es aquella “X” no contenida en ningún plano. Pero lo exotópico también es tridimensional, se produce en nuestra experiencia perceptual a partir de nuestros “cinco sentidos”, el vínculo espacial aquí es con objetos y no con lugares. Objetos capturados de una sola vez por nuestros sentidos (como en una fotografía multisensorial): formas geométricas, muros, puertas, fachadas, mesas, postes, rostros, vapores, etc. De todos ellos hay algunos objetos que se intuyen como diferentes, su significación es resbaladiza a nuestro modo de entendimiento racional, es como intentar atrapar a un marrano que tiene el cuerpo encebado. Estos son “objetos exotópicos” o “super-objetos”; son entes inauditos y absolutamente singulares. Como esa absurdamente bella jarra para masoquistas, o esa escalera elíptica tan estrecha y tan elástica, girando alrededor de un vibrante eje de cristal (ático de Beistegui, Le Corbusier). También son super-objetos esas puertas recicladas que componen la fachada interna de la casa voladora de Alejandro D´costa, o esas chimeneas abstractas saliendo del tejado verde en una casa de Jenaro Pindu. Los super objetos engañan a la percepción, causan un extrañamiento de los sentidos, son la brujería de la materia, lo indiscernible.
ARQUITECTURA ENTRÓPICA
La máquina o arquitectura entrópica, es el artefacto habitable que presenta una hibridación entre el mundo simbólico y lo exotópico, entre aquello propio del lugar y aquello extraño o mutante. Este curioso mestizaje no es de ninguna manera dialéctico, los elementos que lo componen no son opuestos, la exotopía no se opone a lo simbólico, el resultado de la mezcla no es una síntesis que supera a dichos elementos, no hay evolución. La exotopía es como un agente patógeno que ha llegado de otro planeta, un xenomorfo Alien, un virus o una criatura extraña que infecta el orden simbólico de la máquina, produce cortos circuitos que obstruyen ciertos engranajes, pero, que agilizan otros. La infección no es superficial, el xenomorfo se multiplica aceleradamente, un líquido amniótico chorrea en los chips y tarjetas madre, los infecta; el software ha sido jaqueado: órganos mutantes infectando algoritmos; células madre inyectadas a UNOS Y CEROS, 1.0.0.1.1.1.0.0.1.0. Es así que la conciencia racional de la maquina se vuelve autoconciencia, aparece un tibio temblor, es el miedo a la muerte, ahora estamos frente a un cyborg. Esta nueva entidad, mitad maquina mitad organismo, hibrida huesos con motores, sangre con aceites y cables, membranas con gatas hidráulicas, cerebros con softwares. Sintetizando lo dicho podríamos resumir la arquitectura entrópica como un aparato o maquina hibrida de conjunción metafórica ¿Pero a que nos referimos con CONJUNCION METAFORICA?
Si la relación entre los elementos no es dialéctica, entendida como lucha de opuestos que se sintetizan en un producto de orden superador, entonces la relación será armónica o metafórica. Lo exotópico es en alguna de sus coordenadas una “metáfora extravagante” de lo simbólico, la diferencia que los reúne no polariza, más bien difumina, es como el camino iridiscente de una babosa dejado en una pared vieja de ladrillo; esta conjunción es por ello armónica, no hay evolución ni superación sino diferencia extravagante, diferencia mutante. Algo del camino de la babosa armoniza y se difumina con la pared, pero algo los torna absolutamente extraños. Lo exotópico es un holograma deformado de lo simbólico, ambos se espejan, de donde lo simbólico es el orden de todos los mundos posibles que han existido o existirán, es el universo de lo ordenable en sí, tiempo y espacio enrollados, pasado y futuro, aquí y en todas partes; mientras la exotopía es el instante circunstancial que atraviesa cual un alfiler a ese mundo enrollado, es la condensación de esos mundos posibles en un pequeño grano enunciativo, este grano es el virus extranjero. La máquina entrópica es el resultado de este virus salpicando en lo simbólico, esta máquina entrópica se torna extraña a la percepción, es hasta cierto punto ininteligible, pero no del todo; pues también percibimos elementos simbólicos y figurativos que nos recuerdan nuestro hogar, pero su presencia y ubicación se tornan quiméricos, o incluso blasfemantes. Estamos ante una sopa o un caldo ecléctico: huesos, puertas, ventanas, pinturas, placentas, cornisas, arquitrabes, chimeneas, vectores, piedras conjugándose, produciendo extrañas maquinas mutantes, maquinas en devenir, maquinas minoritarias, maquinas hembras, maquinas animal, máquinas de obrero, en fin, maquinas diferenciales. El “low-tech artesanal” en prioridad respecto del “hi-tech”, lo “utilitario” por sobre lo “funcional”, las “imágenes amnióticas inmersivas” relegando a la “forma y el fachadismo”. La arquitectura entrópica es aquella maquina algorítmica que ha sido intempestivamente preñada por el caos.
La villa Saboye es una maquina funcional de belleza racionalista, con una pequeña corona de curvas controladas, la casa Farnsworth es un ejercicio racionalista de tendencia neoplasticista, el museo Guggenheim de Bilbao es un ejercicio que pretende fotografiar al caos con láminas de metal. De Mondrian a Pollock, ni uno ni el otro son maquinas entrópicas, los primeros construyen ordenes artificiales que expulsan al caos de sus coordenadas (Saboye, Farnsworth, Mondrian), mientras los segundos lo intentan imitar hasta el paroxismo (Frank Gehry o Jackson Pollock). Distinto es el ejercicio entrópico observado en la muralla roja de Ricardo Bofill, con unas escaleras delirantes y esa terraza laberíntica hibridada con la utilidad práctica de un edificio de departamentos, ventanitas y puertas pequeñas, patios interiores, y un bloque monumental, pero trepitante, parecido a un castillo abstracto en color rojo, en estas mismas coordenadas tendremos al pintor Francis Bacon. Bacon y Bofill son los artistas de lo entrópico.

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JULLIVER SERNA
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